La Plaza Mayor de Valladolid, el orden arquitectónico y la sintaxis

Fig. 1. Edificio de la calle Manzana nº 4, recientemente reformado.

La Plaza Mayor de Valladolid es un espacio de gran valor que es necesario proteger y cuidar con esmero. En la actualidad hay algunos indicios que apuntan hacia la resolución correcta de algunos problemas y al mismo tiempo están apareciendo otros nuevos para los que no se ofrecen buenas respuestas. La conservación de la Plaza Mayor es un tema extraordinariamente difícil y el Ayuntamiento debería poner toda su atención para tratarlo con mucho cuidado. El edificio recientemente reformado de la calle Manzana nº 4, en el lateral derecho del Ayuntamiento, muestra algunos signos preocupantes sobre el desconcierto en el que nos encontramos en relación a este espacio de tanto valor histórico, al tiempo que señala con claridad algunas mejoras. La reforma se realiza sobre un edificio construido en los primeros años del siglo XX. Ya entonces, con ese nuevo edificio, se produjo una intervención que realizaba un efecto de borrado de las huellas de la ordenación de la Plaza Mayor del siglo XVI.

En la reforma de ese mismo edificio que acaba de concluir, se aprecian nuevos problemas y, al mismo tiempo, aspectos positivos:

  1. La inadecuada anchura de la viga sobre la que descansa el muro de la fachada. Lo primero que sorprende en el ejemplo del edificio de la calle Manzana nº 4 es la desproporción de la viga (forrada) de madera, que ha sido ensanchada hasta desbordar por ambos lados la anchura de la zapata. La viga, que ahora se ha recubierto por una chapa de madera, ha crecido de forma incontrolada hasta duplicar la anchura que debería tener. Hay que tener en cuenta que las dimensiones de estos elementos deberían responder a la lógica formal, estética y constructiva de los órdenes clásicos. Es decir, los elementos columna-zapata-viga-muro forman una unidad que tiene su base en la estabilidad formal de lo tectónico, en los materiales, la estética y la funcionalidad, tal y como se entendía en el siglo XVI. Fig. 2.
Fig. 2. Inadecuada anchura de la viga en relación a la zapata y la columna.

2. El muro de la fachada también ha crecido y ahora forma un saliente en relación al muro de la edificación colindante. Fig.3. Se diría que, al igual que se ha hecho en otros edificios en la ciudad, el engrosamiento del muro responde a la colocación de una capa de aislamiento térmico. Lo que es muy necesario pues mejora el rendimiento energético del edificio. Pero no es una solución que se pueda aplicar a todos los edificios. Y menos a este. En un entorno histórico como el de la Plaza Mayor la solución de engrosar todas las fachadas tendría efectos muy negativos sobre el paisaje urbano. En otros casos en los que el lugar no tiene (tantos) valores históricos la colocación de capas de aislamiento externas aumentando unos centímetros el espesor de la fachada no suele ser un problema, pero en los edificios de la Plaza Mayor representa una deformación inaceptable con efectos muy negativos. Y además, hay que considerar que hay otras soluciones, la más inmediata es que dicho aislamiento se puede colocar en la cara interior del muro.

Por si hubiera alguna duda, el edificio de la calle Manzana forma parte de un espacio protegido de gran valor patrimonial, la Plaza Mayor, que forma parte del llamado Centro Histórico de Valladolid, que tiene declaración de BIC, Bien de Interés Cultural.

Fig. 3. Aumento del grosor del muro y comparación de las vigas de los dos edificios, los de los números 4 y 6 de la calle Manzana.

3. Se reproduce miméticamente el mirador del siglo XX. El mirador de la fachada es un elemento inadecuado y debería haber sido eliminado, aprovechando la reforma de la edificación. Es cierto que el edificio que ahora se ha reformado, fue construido aproximadamente a principios del siglo XX y tenía un mirador en los huecos de la derecha de la fachada, por cierto, en muy mal estado de conservación. Fig. 4. Pero es también evidente que la Plaza Mayor y las calles de su entorno, no llevaban originalmente miradores. Su eliminación en este caso hubiera sido adecuada, al tratarse de un elemento añadido de poco valor y debería haber sido sustituido por balcones. El problema que se plantea aquí es la complejidad histórica del objeto y dar respuesta adecuada a las preguntas que surgen de forma inmediata: ¿qué conservar? ¿el paisaje urbano de la Plaza Mayor que surgió de 1561 o el proyecto de principios del siglo XX, que incluyó un mirador? ¿se pueden conservar las dos cosas? Si se trataba de ser respetuosos con el proyecto del siglo XX, habría que haber conservado también otros elementos propios de aquella arquitectura, como la viga de hormigón, ahora forrada indignamente por una chapa de madera. Por otro lado, si el mirador se hubiera encontrado en buenas condiciones de conservación, tal vez hubiera sido sensato mantenerlo, como un testimonio de su época. La vetustez es un valor de primera categoría en esta Plaza. Dado el mal estado del mirador original, supongamos que fuera imposible conservarlo materialmente, y deseando ser respetuoso con un elemento también histórico de principios del siglo XX, una respuesta adecuada hubiera sido diseñar un nuevo mirador, que respondiera a los requerimientos de la arquitectura actual. Pero no es correcto reproducir enteramente nuevo un mirador, recreando un estilo modernista en pleno siglo XXI, reproduciéndolo como si fuera el original. Eso es un falso histórico. Y teniendo un referente histórico tan potente como es la Plaza Mayor de Valladolid del siglo XVI, la respuesta está bien clara: si no se puede conservar materialmente el mirador del XX, lo mejor es eliminar el mirador y sustituirlo por balcones, diseñados hoy, según criterios actuales, pero que respeten la sintaxis del orden arquitectónico de la Plaza. Eso hubiera sido lo más correcto.

Fig. 4. Reproducción exacta del mirador de principios del siglo XX.

4. La viga sobre la que descansa el muro de carga de la fachada tiene en la actualidad un quiebro en la segunda columna. Dicho quiebro se resuelve como si la viga de madera fuera realizada con masilla. Ya no funciona como una pieza de madera, tampoco un elemento de hormigón armado, ahora se diseña como si trabajáramos con blandy-blue. Es decir, no se tiene en cuenta las características del elemento constructivo y cómo se relaciona con los otros elementos de la fachada. Nuevamente estamos ante un problema de lenguaje. Lo que se requiere para intervenir en un edificio como este es respetar la relación entre los diferentes elementos que se encuentran vinculados por una articulación exacta. Olvida también la relación entre los balcones y la viga. En definitiva, no respeta la sintaxis del orden arquitectónico clásico (que sí respetaba el edificio del XX que ahora reforma). Fig. 5.

Fig. 5. El quiebro de la viga de madera en su formalización actual.

5. Afortunadamente, este edificio muestra también importantes mejoras: la forma cómo se colocan los vierteaguas y el diseño de la fachada interior del soportal son dos ejemplos significativos. Los canalones fijados a las columnas, que vertían el agua a escasos centímetros del suelo, eran una solución muy destructiva cuando se colocaban las bajantes sujetas con anclajes metálicos clavados a las columnas, lo que significaba varios taladros en la piedra. Cualquiera puede ver hoy las huellas que dejaron los taladros para fijar los canalones en muchas de las columnas de la Plaza. Afortunadamente hoy se colocan vierteaguas a la altura del suelo de la primera planta y las columnas no se tocan. También es una mejora el diseño de la fachada interior, la que da al soportal y representa una relectura muy sintética, pero aceptable, de la ordenación histórica de esos espacios, pues incluye la entreplanta y una respuesta con dos materiales, la piedra y la madera, que es moderna y al mismo tiempo es respetuosa con el orden arquitectónico histórico. Por fin, gracias a esta intervención, nos hemos librado de un tejadillo pintoresco que decoraba la fachada del bar que había en los soportales. Fig. 6.

Fig. 6. Estado actual del soportal, una vez reformado.

Es necesario poner el acento en el orden arquitectónico clásico, perfectamente identificable en los edificios que mejor se conservan en la Plaza Mayor, orden que está siendo vulnerado en el ejemplo del edificio recientemente reformado. Los soportales de la Plaza Mayor, en los casos mejor conservados, están formados por columnas de orden toscano, sobre las que descansa una zapata de madera de diseño característico, sobre la que a su vez descansa una viga de madera, un dintel, a partir del cual se levanta el muro de carga que conforma la fachada. Este orden arquitectónico, que remite a la arquitectura clásica, se reproduce en la fachada interior del soportal con unas pilastras, que siguen el orden de las columnas, eliminando las zapatas. En los casos en los que no hay soportales, como en la calle Platerías, son las pilastras las que conforman la fachada. Como es sabido la Plaza Mayor experimentó desde muy temprano una degradación de su orden primitivo, numerosas intervenciones fueron borrando este orden arquitectónico, a pesar de lo cual sigue siendo muy evidente su existencia por los restos que podemos identificar en la actualidad. Afortunadamente, en los últimos tiempos en muchos edificios rehabilitados se han recuperado con respeto y acierto los materiales originales, cuando esto era posible, y la relación entre los distintos elementos nuevos y viejos del orden arquitectónico primitivo se ha intentado restablecer con resultados dispares. En muchos casos el dintel de madera fue sustituido por vigas de hormigón, como podemos ver en la fachada del Banco de Santander, que proyectó Fernando Chueca, sin demasiado acierto. Es necesario conservar los materiales originales de la Plaza Mayor, pero también hay que conservar el orden arquitectónico. Esa es una de las características más homogéneas entre las conservadas de la Plaza Mayor, y se diría que desde hace tiempo hay una cierta sensibilidad en relación al cuidado y conservación de estos elementos.

Rehabilitar la Plaza Mayor y al mismo tiempo conservarla es claramente un tema de gran dificultad. Son muy numerosos los edificios rehabilitados o reformados en los que vemos el efecto de borrado y deformación de los restos históricos y del orden arquitectónico. Cada nueva desfiguración del espacio original es un paso atrás en la conservación de la Plaza Mayor. Pero al mismo tiempo son evidentes también los avances que se dan en aras de su conservación. Es necesario hacer hincapié en la tarea de conservar los materiales primitivos, colocándolos en su posición original, conservar el paisaje histórico del lugar, lo que lleva a mantener el orden arquitectónico original, asumir los cambios que se han producido a través de la historia y posibilitar que la vida actual tenga lugar en la Plaza de forma adecuada. Solo así podremos aprovechar ese legado histórico y trasmitirlo a las siguientes generaciones. Es necesario garantizar un futuro a la Plaza Mayor.

José Luis Sainz Guerra

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