Las nuevas generaciones están más comprometidas con la mejora del espacio urbano
La iniciativa “Apadrina un alcorque”, que se ha llevado a cabo hace unos días en la calle Panaderos de Valladolid ha puesto de manifiesto el compromiso de un grupo de personas, la mayoría jóvenes, comercios e instituciones con la mejora del espacio público. La pandemia nos ha mostrado la necesidad de mejorar nuestras ciudades, después de meses mirando por la ventana de nuestra habitación sin ver otra cosa que ladrillo y hormigón. El confinamiento ha hecho reflexionar a mucha gente y en especial muchos confinados han puesto el foco de su mirada en la (ausencia de) naturaleza en las ciudades. El proyecto “Apadrina un alcorque” responde a esta situación, es una iniciativa promovida por la Agencia de Innovación y Desarrollo Económico del Ayuntamiento de Valladolid, con la colaboración de Activa Parques y Jardines, AEICE, la Universidad de Valladolid y el proyecto INDNATUR. Comercios, instituciones y particulares han apadrinado los alcorques de la calle Panaderos y se han comprometido a cuidarlos. ¡Bien! ¡Un grupo de ciudadanos comprometidos con el espacio urbano!
Desde hace unos años, el concepto de renaturalización se abre paso en las ciudades de todo el mundo. En nuestra ciudad eso se ha hecho con gran dificultad. Hay una gran resistencia en las personas mayores para dar paso a la integración de la naturaleza en nuestras calles. La educación de esas generaciones se ha realizado con fe ciega en una modernidad, identificada con el hormigón, el cristal y el acero. “La plantas, los árboles, las hierbas solo traen bichos”, hemos oído decir hasta la saciedad a nuestros mayores. Lo mismo pasa con la bici. Los más mayores identifican a la bici con la pobreza, ya que en su juventud solo los obreros iban en bici, los ricos conducían un coche. En la actualidad se está cambiando ese modo de pensar, debido a la evidencia del cambio climático, pero algunas mentalidades necesitan mucho tiempo y muchos esfuerzos para comprenderlo, es un camino muy largo que debemos recorrer todavía. En la experiencia que se ha llevado a cabo en la calle Panaderos de Valladolid ha destacado la participación de la gente joven, que ha asumido con decisión la plantación de algunas especies vegetales en “su” alcorque, con el único propósito de mejorar la calle. Es un pequeño gesto, el de plantar unos pocos ejemplares de vegetación autóctona en la reducida superficie de un alcorque, de regarlas y cuidarlas. Pero dicho gesto permite poner de manifiesto un campo, hasta ahora invisible para la mayoría, en el que se puede mejorar. Fig. 1.
Culturalmente mucha gente no acepta que nuestras calles son espacios, que debemos cuidar y mejorar, en los que debemos integrar a la naturaleza. Si cabe alguna duda, fijémonos en dos casos extremos: las imágenes (Fig. 2 y 3) muestran dos alcorques que han sido hormigonados “para evitar malas hierbas”, suponemos. Es razonable suponer una argumentación de ese tipo, al tiempo que podemos intuir la indiferencia del autor del desafuero por el daño que la losa de cemento produce en el árbol, con el paso de los años, ya que el tronco necesitará espacio para seguir creciendo. Son dos alcorques escogidos entre los muchos cientos que podrían ponerse como ejemplo en nuestro entorno, que sirven para mostrar la idea que tienen algunos sobre el uso que ha de darse a esos espacios en los que la posibilidad de que asome una hierba es vista como un grave peligro.
Afortunadamente, la forma de ver estas cosas está experimentando un gran cambio y hay una nueva generación más consciente, que empieza a entender la relación entre la sociedad y la naturaleza de forma más armoniosa.
José Luis Sainz Guerra
No puedo estar más de acuerdo en que una ciudad tan sobre-construida como Valladolid necesita que se abra espacio a la naturaleza, que ha sido expulsada por todos los medios disponibles, con la excepción de unos pocos espacios florero. A los ejemplos con cemento (muy interesantes por lo explícito de las intenciones y por la tosquedad de la realización) hay que añadir el uso indiscriminado de los herbicidas y también, simplemente, la omnipresencia del asfalto y el adoquinado.
Otro aspecto del artículo que me parece interesante es la necesidad de valorar las especies autóctonas, muchas veces identificadas con “malas hierbas”, frente al césped verde y homogéneo y los parterres de flores: estos suponen un enorme gasto en agua, trabajo, combustible, etc., mientras que un aprovechamiento sensato de las variedades locales puede resultar mucho más económico y ecológico. Por lo tanto, habrá que aprender a apreciar estas especies y buscar la belleza en ellas.