La aparición del coche en las ciudades en el siglo XX dio lugar a cambios paulatinos en la forma de las ciudades y en el uso de las calles, invadidas paulatinamente por el nuevo vehículo. Los primeros coches sencillamente ocupaban los bordes de las calles cuando paraban. Pero en pocos años las calles se vieron insuficientes ante el crecimiento del número de coches. Como respuesta, primero se ampliaron los aparcamientos en las calles y se redujeron las aceras y el espacio destinado a la circulación, luego se invadieron los espacios residuales, callejones, patios, etc., hasta ocupar el último metro cuadrado de espacio público. La voracidad del coche acabó pronto con los paseos y bulevares del siglo XIX. Los centros urbanos experimentaron de forma intensa el problema de la congestión del tráfico, con una creciente escasez de aparcamientos y acompañado con la pérdida de capacidad del tráfico a causa de la falta de espacio de circulación, ocupada por los coches aparcados.
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